A medida que el año llega a su fin, es un momento propicio para la introspección y reflexionar sobre las metas y objetivos perseguidos a lo largo de estos 12 meses, ya sea que se hayan alcanzado o aún estén pendientes. En lugar de lamentarse, es crucial analizar nuestras acciones y, lo que es más importante, las acciones que quedaron sin realizar en nuestra búsqueda de los resultados deseados.
Al observar la creciente distracción y la disminución de la productividad entre individuos y profesionales, se hace evidente que muchos están ocupados sin una dirección clara. Estar «ocupado» parece haberse convertido en un fin en sí mismo, sin un propósito definido. Esta tendencia subraya la importancia de una práctica que llevo a cabo cada año: una semana reflexiva.
Durante este período dedicado, que suele durar de 3 a 4 días, me sumerjo en la autoindagación, planteando preguntas poderosas para desentrañar las complejidades de mis experiencias. Preguntas como «¿Qué lecciones emocionales he aprendido que mejoren mi inteligencia en este sentido?» o «¿He descuidado alguna relación significativa este año, y cuáles fueron las razones? ¿Cómo puedo evitarlo en el próximo año?» provocan una profunda contemplación.
Considera las áreas de tu vida en las que más y menos has invertido. Evalúa la alineación entre tus palabras y acciones: ¿cumpliste con lo que dijiste? Si no es así, identifica áreas de mejora y reflexiona sobre pasos concretos. Piensa en las habilidades que perfeccionaste y que generaron resultados positivos. Estos son ejemplos de preguntas potentes que pueden servir como guía; sin embargo, te animo a que forjes preguntas que resuenen con tu yo interior, evocando emociones profundas.
Es natural que esta práctica se sienta desafiante al principio. Basándome en mi experiencia como Coach, atestiguo la ventaja que se obtiene al perfeccionar esta habilidad, no solo para la introspección personal, sino también para guiar a otros en el proceso. Recuerda, el objetivo no es juzgarse a uno mismo, sino comprometerse con el aprendizaje y la evolución. Tus experiencias, incluso aquellas consideradas menos favorables, dan forma a tu viaje y contribuyen a quien eres hoy.
A medida que te sumerges en estas reflexiones, tus experiencias se convierten en una fuente de aprendizaje, impulsándote hacia una versión más refinada de ti mismo en el próximo año. Sin una contemplación reflexiva, sin embargo, simplemente se acumulan como canas y anécdotas que podrás contarle a tus hijos o nietos.
Tras esta fase introspectiva, utiliza las ideas obtenidas para planificar tu próximo año. Este proceso de planificación merece una discusión dedicada, que reservaremos para una próxima publicación. Importante, si en algún momento sientes que el análisis está nublado o es demasiado subjetivo, no dudes en buscar orientación de un coach profesional en quien confíes.
En conclusión, abraza esta oportunidad de autodescubrimiento y mejora. Tu viaje es único y las lecciones aprendidas serán tus escalones hacia un futuro más satisfactorio. Después de adoptar esta práctica reflexiva, comparte tus experiencias y continuemos este viaje juntos.